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2022-09-24 06:57:15 By : Ms. Nancy Zhang

Enviar un mensaje a la otra punta del mundo es cuestión de unos pocos clicks y segundos en la era de las telecomunicaciones modernas. Aparentemente, no necesitas más que un smartphone, una aplicación de mensajería y conexión a internet -algo a disposición de 4.950 millones de personas, el 62,5% de la población mundial-. Sin embargo, este acto tan cotidiano, tan inalámbrico, tan esencial en casi cualquier oficio, no sería posible sin la existencia de los centenares de miles de kilómetros de cables submarinos que conectan los cinco continentes. Los responsables de su tendido y reparación son los llamados buques cableros, unas embarcaciones distinguibles por las roldanas instaladas en su parte trasera, donde se enrolla el cable, así como por las lentas velocidades a las que cruzan los vastos océanos.

En la década de 1850, el tiempo de entrega postal entre Londres y Nueva York era, en el mejor de los casos, de 12 días por barco a través del Atlántico. Para que esta comunicación fuera efectiva, debían intervenir múltiples actores logísticos, dando pie a un complejo sistema integrado por servicios postales nacionales e internacionales. Si el mensaje se enviaba entre zonas remotas de ambos países, el tiempo de entrega estimado podía alargarse hasta varios meses. Nada más lejos de la globalizada era del streaming, el ecommerce y el blockchain.

UNA HISTORIA DE BUQUES CABLEROS Esta historia comenzó a cambiar en 1847, cuando el descubrimiento de un aislante resistente al agua, la gutapercha, por parte del alemán Werner von Siemens, permitió imaginar la posibilidad de tender cables telegráficos bajo el agua. Tres años más tarde, los hermanos Jacob y John Brett, tras obtener las concesiones correspondientes de las autoridades de Francia y el Reino Unido, formaron la compañía Submarine Telegraph Co., con el objetivo de tender un cable experimental entre ambos países. Tras varios intentos fallidos, finalmente lograrían en 1852 colocar a través del Canal de la Mancha el que se convertiría en el primer cable submarino puesto en funcionamiento en el mundo.

Ahora bien, la logística para su tendido entre las ciudades portuarias de Dover (Reino Unido) y Calais (Francia) no fue tarea sencilla, y su funcionamiento efectivo no duró más que unos minutos antes de perderse la conexión. Se utilizaron dos buques cableros: el ‘Widgeon’ y el ‘Goliat’. El primero zarpó desde Dover y su tarea consistió en la colocación de una serie de boyas con banderas, que marcarían el trazado que debería seguir el segundo. El ‘Goliat’ se encargó de la tarea más ardua: cargó con un cable de 46 kilómetros y cinco toneladas, el más largo y pesado jamás fabricado hasta entonces, enrollado en una roldana situada en la parte trasera del buque, y lo fue desplegando a velocidad lenta, para evitar daños en el cableado, siguiendo el rastro del ‘Widgeon’.

El alambre de cobre enrollado al interior del cable medía unos 2,5 milímetros de espesor e iba envuelto en una capa de gutapercha de unos 12 milímetros. Debido a su ligereza, cada cien metros se le debía atar un peso para asegurar que se hundiera. Cada vez que se lleva a cabo dicha operación, el barco tenía que detenerse unos minutos. Además, los últimos 300 metros de cable iban cubiertos por un tubo de plomo para poder pasarlo por el suelo en la costa francesa y lograr así la conexión efectiva.

En la mañana del miércoles 28 de agosto de 1850, se unió el extremo terrestre del cable al de a bordo y dio comienzo el trayecto desde la costa de Dover. La misión se realizó en unas condiciones meteorológicas apacibles, con el viento a favor, y no sufrió mayores complicaciones hasta los últimos kilómetros. En las proximidades de la costa francesa, se levantó un fuerte viento que causó el miedo generalizado en la tripulación de 30 personas a bordo del ‘Goliat’: el buque debía ir a una velocidad constante para no dañar al cableado y con un rumbo fijo para no desviarse del recorrido marcado, por lo que un fuerte temporal podría comportar un nuevo intento fallido en la conexión histórica.

Afortunadamente, todo salió según lo previsto. Esa misma tarde, a las 20:30 horas, el ‘Goliat’ arribó a Francia y se desembarcó y conectó con éxito el extremo plomado al cableado terrestre. John Brett, fundador de la Submarine Telegraph Co., fue el encargado de enviar el primer mensaje telegráfico a través del Canal de la Mancha, que rezaba: “El ‘Goliat’ acaba de llegar sano y salvo […]”. Media hora más tarde, desde el otro extremo del cable submarino, el alcalde de Dover, Steriker Finnis, respondió al mensaje recibido desde Francia con un texto magnánimo: “Los antiguos puertos de Dover y Calais deben ser la gran vía de comunicación con todo el continente; de hecho, ¡con el mundo entero!”.

Sin embargo, este experimento, que había costado unas 2.000 libras esterlinas (2.372 euros), duró apenas unas horas: las redes de un buque pesquero cercano a la costa francesa habían dañado accidentalmente el cable. Aun así, este hito se convertiría en el precursor de una nueva era de las comunicaciones. En los años que siguieron, comenzaron a surgir multitud de empresas en Europa para explotar el área de negocio que había abierto el desarrollo de la gutapercha y otros aislantes, como el caucho vulcanizado en el caso de Pirelli. El éxito fue tal, que en 1855 ya había 25 cables submarinos instalados entre distintos países europeos, como Irlanda, Bélgica o Países Bajos.

La travesía de Pirelli: del Risorgimento a la industria 4.0

EL SUEÑO TRANSATLÁNTICO El siguiente paso era salir del Viejo Continente para establecer una conexión con América. A pesar de que la idea de comunicar mensajes a través de una red eléctrica marítima intercontinental se remontaba a la misma invención del telégrafo eléctrico, por Joseph Henry en 1829, el primer tendido exitoso no se dio hasta 1858. El empresario estadounidense Cyrus West Field, convencido de que podría sacar tajada de este negocio en expansión, creó en octubre de 1856 la Compañía Telegráfica del Atlántico. Aunque el objetivo inicial fue conectar el Reino Unido con Estados Unidos, finalmente se decidió que la ruta más corta y menos accidentada se encontraba entre la Isla de Valentía (suroeste de Irlanda) y Terranova (este de Canadá).

La compañía de West Field se hizo con 4.200 kilómetros de cable coaxial, con un peso de siete toneladas, para completar el ambicioso proyecto. Obtuvo una financiación millonaria por medio de la venta de acciones, así como las contribuciones de los gobiernos británico y estadounidense. Cada kilómetro pesaba 550 kilos, lo que convirtió a la operativa para su tendido en una auténtica proeza de la historia de las telecomunicaciones. Para su colocación en las profundidades marítimas, que requirió de varios intentos, se usaron dos buques cableros: el ‘Agamenon’ y el ‘Niagara’. Estos barcos tuvieron que hacer varios viajes para completar la operación, pues el peso del cableado no permitía su operativa en una única embarcación.

El proyecto comenzó en 1857 y, tras dos intentos fallidos, se completó el 5 de agosto de 1858. Diez días después, se envió el primer telegrama oficial entre los dos continentes, que consistió en una carta de felicitación de la reina Victoria del Reino Unido al presidente de los Estados Unidos, James Buchanan, y que tardó 17 horas en ser transmitido, a una velocidad de 0,1 palabras por minuto: “Directores de la Compañía Telegráfica del Atlántico, Gran Bretaña, a directores en América: Europa y América están unidas por el telégrafo. Gloria a Dios en lo más alto; en la tierra paz, buena voluntad para los hombres”. Si bien el cable funcionó durante solo tres semanas, hasta que se dañó y se perdieron las comunicaciones, fue el primer proyecto transatlántico en obtener resultados palpables. Siguiendo su ejemplo, en las siguientes décadas proliferaron las operaciones de este tipo: en los 1890, los cables telegráficos submarinos ya se extendían por todos los continentes.

Mapa del cableado submarino existente y proyectado en el mundo

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LAS ARTERIAS DEL MUNDO MODERNO Estos acontecimientos supusieron un antes y un después en el mundo de las telecomunicaciones, que desde entonces no han dejado de innovar en la búsqueda de tres objetivos: aumentar la velocidad de conexión, así como reducir el coste y el peso del cableado. El desarrollo de la fibra óptica, cuyos cables submarinos se empezaron a desplegar en la década de 1980, sirvió para dar respuesta a las tres necesidades. Si en la década de 1850, los cables podían llegar a pesar hasta 15 toneladas por kilómetro, en la actualidad se sitúan entre los 200 y 250 kg, dependiendo de sus capacidades. También ha cambiado el aislante utilizado, pues la gutapercha y el caucho “son mucho más caros y contaminantes, y han dejado paso al polietileno”, explica el catedrático emérito de la Universitat Politècnica de Barcelona (UPC) en ingeniería de telecomunicaciones, José Delgado-Penín. Sin embargo, “costaría muchísimo dinero retirar los cables obsoletos”, manifiesta, “aunque ya no tengan utilidad ninguna, eso muere allí: quedan en el fondo del mar”.

El menor peso ha hecho de la logística del tendido de cables una tarea más sencilla, aunque se sigue realizando de un modo muy parecido. Según explica el catedrático Delgado-Penín, “un cable submarino normalmente no es un único cable tendido de extremo a extremo terrestre: hay distintos cables, y cada determinada distancia, hay unos equipos de repetición de las señales, colocados en el fondo del mar”. De este modo, en los distintos viajes que realiza el buque, el cableado se empalma a estos repetidores, hasta su llegada al destino terrestre. En la actualidad, si bien los buques cableros son más grandes y han incorporado nuevas tecnologías para anclar los cables a la tierra, se sigue utilizando el mismo sistema para su despliegue, con roldanas en la parte trasera del barco.

Las sociedades humanas dependen enteramente de estas arterias marítimas. Según datos de finales de 2021, existen un total de 436 cables en servicio en todo el mundo, conformando una red submarina de 1,3 millones de kilómetros. Casi todos los países con costa cuentan con al menos uno, aunque lo habitual es que dispongan de varios cables para garantizar su conectividad en el caso de que se dañe uno.

Los barcos cableros, encargados de su tendido, “históricamente han sido propiedad de las compañías de telecomunicaciones”, añade Delgado-Penín, “pero esto comenzó a cambiar en el año 2010: ahora Meta, Google, Microsoft y Amazon son los nuevos dueños del tinglado de los cables submarinos”. Estas compañías reciben el nombre de ‘hyperscalers’, pues facilitan una amplia gama de servicios orientados a la computación de gran cantidad de datos: generalmente, suyas son infraestructura, plataforma, nube privada y servidores. Cuanto más y mejores sean sus cables instalados entre los distintos países, más segura y potente será su oferta de telecomunicaciones.

Red de cableado submarino tendido por Telxius

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En el caso de España, Microsoft y Amazon firmaron un acuerdo para el desarrollo, diseño e implementación del cable Marea, de unos 6.000 km de extensión, para conectar las costas de Virginia (Estados Unidos) y Sopelana (Vizcaya). Este cable, construido y operado por Telxius, es uno de los 12 cables de los que maneja en la actualidad empresa subsidiaria de Telefónica Infra, cuatro de los cuales se encuentran en España y los demás en el continente americano. España es, de hecho, un punto estratégico para la llegada de cables submarinos desde el Atlántico. Desde aquí, conectan por vía terrestre hacia otros países del continente europeo, así como por vía marítima con Marruecos y Argelia, y en el caso del SAT-3, con hasta nueve países africanos.

Este complejo sistema subacuático permite la comunicación casi instantánea entre las distintas partes del mundo. Son las arterias de la globalización y la modernidad, y han acelerado la percepción humana del tiempo: trabajo, consumo, ocio y relaciones interpersonales se mueven al son de las telecomunicaciones. El ‘Widgeon’ y el ‘Goliat’, el ‘Agamenon’ y el ‘Niagara’, son los precursores de los buques cableros modernos. Si bien el mundo y la red de cableado han cambiado radicalmente desde entonces, su diseño, velocidad y operativa logística mantienen características similares a los usados en el siglo XIX.